Oposición, Sara Mesa

La proeza de esta novela es no desfallecer. Contar tan bien y sin saltarse los detalles el aburrimiento, lo mate, la impotencia y sensación de irrealidad ante los entresijos y complejidades de la burocracia. Sara Mesa lo hace con naturalidad y humor no ácido. Si se hubiera dejado llevar tan solo un poco podría haber sido kafkiana, o incluso bulgakoviana. El absurdo, lo surrealista, podrían haber hecho su aparición con facilidad. Pero no: esta novela es, sin más, realista, ¡ay! La pregunta que me he hecho tan a menudo al observar el mundo ya de por sí ridículo y excesivo a mi alrededor ha vuelto con fuerza durante esta lectura: ¿cómo se parodia una realidad que ya se ha convertido en parodia? Basta reflejarla fielmente. Y eso es lo que ha hecho Sara Mesa, con paciencia, gracia, con una prosa que te lleva, que hace atractiva incluso la luz de neón monótona de todos estos universos de oficinas.Todo es tan real que resulta chocante. 

La protagonisda, Sada, está en esa edad en que debes formarte, afirmarte, convertirte en alguien con quien tendrás que cargar el resto de tu vida, y reconozco, y creo que todos podemos reconocer, el terror y a la vez la pasividad con que ve cómo empieza a mimetizarse con ese fondo de luces sin sombras y aire acondicionado. La adormecedora paz de los sonidos de fondo, motores, runrunes, y de las nóminas fijas. 

Me gustaría saber la opinión de los lectores sobre la parodia o no parodia —¿es una novela realista?— y también sobre esa tensión entre la tentación de amoldarse a algún tipo de normalidad adormecedora y el deseo de revelarse y volar. Creo que es la que marca el fin de a juventud y me temo que la mayoría estaremos de acuerdo en que hemos sido atrapados por un tipo u otro de normalidad. 

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Implementar era mejor que poner en marcha y los cambios se denominaban —y no llamaban— transformaciones. Si algo tardaba en llegar era porque había sufrido una demora. Incrementar y reducir se prefería aumentar o disminuir y preferible era mejor que mejor. Los dineros eran las partidas. Si las partidas no se habían incrementado, se hablaba de crecimiento cero; si se reducían también crecían, pero era un crecimiento negativo. Dar privilegios era priorizar. A la capacidad de aguante en la denominada resiliencia. Los informes estaban motivados y sustentados. Los problemas nunca se estancaban, se debatían eternamente en paneles formativos con la participación de agentes implicados. Si la cosa iba en serio, se montaba un observatorio que publicaba boletines. Complejizar sonaba aceptable, mucho mejor que dificultar, que sonaba fatal. Los sufijos valían para dar lustre y por eso se inventaban términos como asistenciación o exclusionamiento. Las palabras esdrújulas eran muy apreciadas, todos los diagnósticos, estándares y parámetros eran bienvenidos, y las mayúsculas significaban conceptos problemáticos como Zonas de Transformación Social o Itinerarios de Inserción

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